miércoles, 15 de abril de 2009

Pascua


La intención no es sufrir un ataque colectivo de colesterol, sino ser parte de una práctica que los últimos años ha devenido tradición en Noruega: entre el Jueves Santo y el segundo día de Pascua, se consumen 23 millones de huevo. En una escala mucho menor, pero no por ello menos importante, se encuentra el consumo de Kvikk Lunsj. En promedio, cada noruego come nueve de estos deliciosos chocolates al año; tres de ellos durante Semana Santa.

El invierno tiene lugar entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera, es decir, del 21 de Diciembre al 21 de Marzo. Sin embargo, quienes habitamos este país nórdico, sabemos que la temporada invernal no guarda fidelidad al calendario y en ocasiones pareciera durar hasta seis meses. Por ello me llama la atención que los noruegos, después de quejarse del largo invierno, esperen con ansiedad las vacaciones de Semana Santa para disfrutar el ocaso de la etapa gélida en las montañas. Hay otro rasgo distintivo de la Pascua: por alguna extraña razón que aún no me ha sido explicada, en esta temporada la literatura y las series de televisión se ven dominados por el crimen (género policial). Mientras en Noruega Agatha Christie y el detective Hercule Poirot cautivan espectadores los Días de Guardar, en México se recurre a Marcelino pan y vino, Cristo 70, Los Diez Mandamientos y Jesucristo Súper Estrella, entre otros títulos, para ofrecer una programación ad hoc en los hogares del México siempre fiel.


Crecí en el seno de una familia católica que, como muchas otras, suele fortalecer su fervor religioso en Semana Santa y Navidad. Nunca fuí afecto a rosarios y viacrucis, pero siempre pedí que se me hiciera el milagro de viajar en vacaciones santas. Mis plegarias rara vez fueron escuchadas y por ello conozco bien el camino al Calvario.


Mi aversión al periodo litúrgico tenía razones fundamentadas: durante la Cuaresma debía guardar vigilia los viernes a pesar de ser un carnívoro insaciable; jueves, viernes, sábado y domingo de la Semana Mayor, era obligatorio acudir a la iglesia, lo cual significaba cambiar horas de juego por rezos; el Viernes de Crucifixión no teníamos derecho a ver televisión ni escuchar música, y el Sábado de Gloria corríamos el riesgo de ser arrestados si la policía nos agarraban aventándonos globos rellenos de agua. No se trataba de los albores de un futuro iconoclasta o delincuente, ni de una variación de Rosemary’s baby, yo era tan sólo un niño de 9 años lleno de inquietudes. Después de todo ya había hecho la primera comunión, como Juliancito. Ahora que, tampoco fuí el único feligrés fallido en la familia, uno de mis hermanos decidió consagrarse al sacerdocio pero abandonó el seminario al día siguiente de su ingreso, ante la imposibilidad de asumir el celibato.


Aquellos días mi entendimiento de la religión y sus instituciones era casi nula y confusa, pero no por ello carente de sensibilidad. A mí me reprimían si hacía uso de lenguaje soez pero los mayores hacían analogías que para mi rayaban en la blasfemia, como decir que a alguien lo habían dejado "como Santo Cristo". La burda comparación entre un peleador callejero que ha sacando la peor parte y las huellas dejadas por la Corona de Espinas en Cristo, le restaban seriedad al luto infundido en la Pascua.


El dicho “anda con el Jesús en la boca” tampoco era del todo claro para mí, y resultaba cómico escuchar a mamá mencionarlo refiriéndose a la señora Georgina, porque si alguien andaba con el Jesús en la boca era Hilda, su hija, quien recientemente se había hecho novia de mi amigo Chucho y no dejaba de besuquearlo a la menor oportunidad.


En la adolescencia mi escepticismo se hizo fortuito y el vínculo con la religión se rompió por completo. Curiosamente, los pasajes descritos arriba me llegaron mientras contemplaba el horizonte formado por las montañas del este noruego y el olor a leña quemada, proveniente de una cabaña, me remitió al aroma de sahumerio esparcido en las iglesias mexicanas durante Semana Santa . El Kvikk Lunsj que degusté fue insuficiente para contrarrestar la amargura de no poder estar con papá nuevamente en la liturgia dominical.

2 comentarios:

azg12 dijo...

Me parece que los noruegos, más que sentir una necesidad de disfrutar del invierno por una última vez antes de que la nieve termine por derretirse, hacen su expedición pascual a la montaña de la misma manera que los mexicanos se dirigen de manera casi automática a la playa más cercana, aun cuando esto signifique terminar en Caleta con un espacio de mar y arena no mayor a los 25 cm2 por persona, o si de plano el presupuesto es muy reducido, pues ya de perdida ir a la playa artificial instalada en la Delegación Azcapotzalco.

El caso es que en cualquiera de las dos capiruchas, la de Mexicalpan o la de Noruega, prefiero quedarme en la ciudad a disfrutar su quietud y su buen clima antes que hacer fila en las carreteras para llegar a un centro de esquí o playa que estará atestado(a) de capitalinos.

Chilangoslo dijo...

azg, muy acertada la comparación que haces entre México y Noruega sobre cómo disfrutar la Pascua.

De adolescente tuve la osadía de acampar un par de ocasiones en el balneario de Oaxtepec. Las albercas se ponían peor que el metro Balderas en horas pico, y ahí no había vagones separados para mujeres. Como resultado de tan grotesca aglutinación, el agua de las piscinas cambiaba de color ya caida la tarde. Entonces se desplegaba el operativo cloro por todo el balneario, incluidos vestidores y regaderas, con el afán de desinfectar cualquier espacio acuático sin importar el riesgo tóxico por el abuso de este elemento químico.

Lo recuerdo con gusto porque, como dice el refrán, lo bailado nadie me lo quita.

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