viernes, 3 de octubre de 2008

No queremos olimpiadas, queremos revolución!


Recuerdo con emoción el rostro del ”Tibio” Muñoz viendo como era izada la bandera después de ganar el primer oro para México en los juegos olímpicos de 1968. Y qué decir de los 300 metros finales en que el sargento Pedraza arremetía con todo sin poder superar a Golubnichy en la caminata de 20 km. El marchista ruso lo superó por dos segundos.

Hay una tercera imagen imborrable de esa justa olímpica: los atletlas norteamericanos Tommie Smith y John Carlos, ganadores de oro y bronce en la prueba de 200 metros planos, subiendo descalzos al podio olímpico para alzar el puño enfundado en un guante negro y bajar la cabeza mientras sonaba el himno de su país, a manera de protesta por el conflicto racial que se vivía en Estados Unidos. Al día siguiente fueron expulsados del equipo norteamericano y desalojados de la villa olímpica; a su regreso a EEUU fueron tratados como delincuentes y vivieron desempleados durante años. El estigma del black power olímpico le costó el divorcio a Tommie Smith, mientras la mujer de John Carlos optó por el suicidio.

Estos hechos los viví de manera diferida a través de documentales presentados en televisión. Más tarde, durante la adolescencia, tuve conocimiento del movimiento estudiantil que precedió a los juegos olímpicos y cuyo punto álgido tuvo lugar el 2 de octubre, a 10 días de iniciarse la olimpiada, con la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas.

La noche de Tlatelolco se volvió una lectura indispensable y Elena Poniatowska una referencia ineludible. El grito, dirigido por Leobardo López, era la opción más fortuita para acercarse al movimiento a través del cine documental –si no es que la única-, hasta que Canal 6 de Julio realizó una serie de programas en torno al 68, algunas décadas más tarde.

La visión –revisión- del 68 no queda atrapada en el pasado. Los protagonistas han tomado cursos distintos con el pasar de los años: El Tibio Muñoz preside el Comité Olímpico Mexicano; la hegemonía de los marchistas nacionales, que tuvo en el sargento Pedraza a uno de sus pilares, ha desaparecido; la discriminación aún no ha sido erradicada pero Barack Hussein Obama Jr. puede convertirse en el primer presidente afroamericano de EEUU; la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, creada durante el gobierno de Vicente Fox, solicitó, en enero de 2005, la aprehensión de 55 personas presuntamente responsables de la matanza de Tlatelolco e incluso se ordenó la detención y arresto domiciliario del ex presidente Luis Echeverría , pero posteriormente se le exoneró al considerar que no existía ninguna prueba que lo inculpara con la masacre.

A 40 años del 2 de octubre, la matanza goza de impuninad al igual que sus réplicas: Jueves de Corpus, Aguas Blancas, Acteal . Los jóvenes protagonistas del movimiento estudiantil hoy son sesenteros nuevamente, esta vez en edad, y siguen siendo, en su mayoría, opositores al régimen. Dicen que la masacre no significó el fin del movimiento sino el inicio de la lucha por la democracia. La consigna "no queremos olimpiada, queremos revolución" ha evolucionado su estatus local y hoy, en la era globalizante, equivale a "otro mundo es posible". Por ello la frase "Ay José, como me acuerdo de ti en estas Revueltas", mantiene la misma frescura que canciones como Born to be wild y novelas como Cien años de soledad. Independientemente de los distintos y variados juicios existentes sobre el 68 mexicano, el común denominador es que NO SE OLVIDA!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco bien podría llamarse la Plaza de las Tres Tragedias: La caída de Tlatelolco a manos de los conquistadores españoles en 1521, la masacre de estudiantes en 1968 y el terremoto de 1985. Siempre he pensado que Tlatelolco tiene algo especial, y como residente de dicha unidad habitacional por 27 años siempre me llamaron la atención esos hechos, en especial el 2 de octubre.

Recuerdo las pláticas de mi papá y mi mamá sobre aquella tarde – mi papá de hecho ya vivía en Tlatelolco en aquél entonces, aunque su departamento quedaba bastante lejos de la Plaza –, las pinturas de protesta que yacían hace muchos años sobre la explanada y los rumores entre los vecinos de que todavía podían observarse los agujeros de bala sobre la fachada del edificio Chihuahua.

Ya de grande, La noche de Tlatelolco de la Poniatowska y Tragicomedia Mexicana de José Agustín se convirtieron en lecturas obligadas, aunque no fue sino hasta que vi Rojo Amanecer que la tragedia cobró para mí una cara más personal.

Cuarenta años son muchos, pero lo son aún más cuando quedan todavía tantas preguntas por responder sobre lo ocurrido aquella tarde en la zona arqueológica más grande de la Ciudad de México.

Anónimo dijo...

Siguiendo mi rastro, ladraba un bulldog/
Mascando mis huellas, se las devoró/
Sudando y jadeando, llegué al comedor/
Por pura venganza, me comí un hotdog/

Rastreando a mi cuate, la tira ladró/
Cuando era estudiante, fue aquel apañón/
Mi amigo enemigo, de la corrupción/
De puro coraje, ahora es senador/

Y en 68, todos saben bien/
Sólo hubo Olimpiadas, recuérdenlo bien/
Medalla de oro, para el pelotón/
La racia de bronce, la sangre regó/

Bulldog blues
Jaime López
Interpretación chida con Cecilia Toussaint

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