martes, 6 de julio de 2010

Al grito de guerra



Neruda tiene razón: es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. El mundial de futbol propicia romances de apoyo incondicional entre la afición y su representativo nacional en su arranque; un sentimiento que suele bifurcarse conforme transcurren los partidos, hasta provocar trastornos que obligan a replantear la fidelidad de inicio.

En Portugal, los seguidores de la escuadra lusa derribaron la estatua de Ronaldo edificada por Nike, y en Inglaterra los hinchas claman por un Rooney viviendo el resto de sus días en un trailer park. La marca de la palomita terminó en tache para todos sus protagonistas.

Pocas escuadras han librado el linchamiento mediático y la condena de sus públicos: Ganha merecía un mejor final pero la victimó una trampa válida en el futbol; Paraguay porque la sinceridad de Oscar Cardozo ante el penalti fallado contagió su pena a cualquier público, y Argentina porque Argentina no puede contradecir a quien ha endiosado al grado de edificarle un templo.

Dejando de lado los dramas ajenos, los mexicanos nos apresuramos a santificar a Cuauhtémoc Blanco y a El Chicharito Hernández. Y me parece que fue correcto. Un rasgo cultural entre nosotros es el desmadre y el futbol siempre ha sido un escenario perfecto para ejercerlo. En México 86, cuando el tricolor enfrentó a Bélgica, una enorme manta sentenciaba: Somos mexicanos pero nos sentimos belgas. El triunfo de México ante Bulgaria un domingo de junio, propició el grito popular: ¡el día del padre, les dimos en la madre! El desmadre colectivo despierta espíritus vándalos: en Francia 98 un connacional apagó a miados la llama eterna del Arco del Triunfo dedicada al Soldado Desconocido, mientras en Sudáfrica otro mexicano tuvo la ocurrencia de ponerle sombrero la estatua de Nelson Mandela. ¿Por qué no habríamos de canonizar a los ídolos?

La santificación de quienes fraguaron los goles que derrotaron a Francia tiene justificación: nunca antes, al menos en la era mediática, la selección azteca se había levantado con un triunfo de tal envergadura. Esa noche el Tri superó los 15 minutos de fama sugeridos por Andy Warhol, para hacer suya una frase contundente de David Bowie: We can be heroes, just for one day. No es necesario entrar en disertaciones de lo banal o sustancial que puede ser el futbol, ese día simple y sencillamente ganamos y por lo menos 100 millones de mexicanos conocimos el sabor de la victoria.

Al día siguiente, los diarios del mundo entero dedicaron sus encabezados a la derrota francesa y no al triunfo mexicano. Se ocuparon de los problemas extra cancha de les bleus dejando de lado que México también enfrentó vicisitudes rumbo a Sudáfrica, como la desunión entre los jugadores activos en Europa, los naturalizados, la nueva camada y los veteranos, conflicto que requirió de cuatro técnicos para ser resuelto.

En Noruega les llamaba más la atención la presencia de Cuau por gordo y lento, que la aparición de ni tan nuevas promesas como Chicharito y Barrera. Sólo los mexicanos sabemos la función de amuleto que Cuauhtémoc ejerce sobre sus compañeros, además de encarnar a un estereotipo infalible de la cultura popular mexicana donde machismo, bravuconería y sagacidad se complementan.

Personalmente, Cuauhtémoc y Oscar El Conejo Pérez me remiten a algunos partidos domingueros de la infancia, donde los papás con físico de embutido disputaban balones en canchas de tierra y cal. Verlos juntos la noche del triunfo fue un elemento extra en un partido que se convirtió para los mexicanos en una suerte de aleph borgiano: el punto donde coinciden todos los puntos. Mexicanos repartidos en distintas latitudes del planeta disfrutamos juntos el cenit romántico con la selección. Una pantalla en cualquier lugar del mundo nos unía.

Jugamos contra Argentina y apareció Pablo Neruda: menospreciamos lo logrado, maldecimos yerros propios y ajenos, y el amorío se torno en una decepción con heridas que tardarán cuatro años en cerrar. El paralelismo de lo ocurrido en Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 sugiere ser parte de una saga similar al drama de Nosotros los pobres y Ustedes los ricos, en espera de un desenlace favorable para México en su tercera emisión. Ojalá que en Brasil aparezca Pepe El Toro del futbol.

En lo que esperamos el siguiente mundial, sugiero dejar en desuso el aforismo "jugamos como nunca y perdimos como siempre". La frase es una falacia injusta con los progresos del futbol mexicano. Aunque el quinto encuentro no se ha logrado, las actuaciones de México en los últimos mundiales ha tenido la misma regularidad que los tropiezos sufridos en el área de CONCACAF. No somos potencia pero aún así gustamos, y si nosotros dejamos al olvido lo conseguido, nadie más lo tomará en cuenta.

Más allá de lo que ocurre en las canchas mundialistas, agradezco la posibilidad de reencontrar viejos conocidos y coincidir con mexicanos recién llegados a Noruega que, reunidos con la intención de seguir al Tri en una pantalla, también buscan a otros connacionales para gritar juntos, cantar y no llorar, comer golosinas enchiladas de importación, lucir atuendos folclóricos, máscaras de luchadores y echar desmadre como sólo los mexicanos sabemos hacerlo.

El día de la victoria ante Francia hubo un detalle que la tensión previa al juego no me permitió observar, pero mi suegra comentó al día siguiente haciendo que la epidermis se me erizara: “qué bonito cantan el himno los mexicanos”. Y retiemble en sus centros la tierra.

3 comentarios:

Daniel Garcia C. dijo...

Pese a las intelectualizaciones en contra del futbol y de como este es utilizado para el dominio de las masas, y pese a la derrota que siempre deviene, ese dia, lo festeje, lo vivi como nunca en mi vida. Un dia de victoria entre tantos de derrotas. Una de cal por las que son de arena. Algo bueno debe ser el futbol, por lo menos mas alegre que el catolicismo. W0w, como lo disfrute. Gracias a la seleccion por ese momento chido.

Anónimo dijo...

Hola!
Me gusto mucho el comentario de tu suegra..
Nos encanta sentir a nuestra patria, nuestra cultura, nuestro humor.. nuestro modo de "pachanguear"..
Proximamente visito Noruega, esperemos a ver que me depara el destino!

Saludos,
L

Juan Perro dijo...

Cuauhtémoc Blanco era un elemento estratégico ante Francia por dos razones:les bleus ignoraban que Cuasimodo no representaba a Notre Dame sino a Tepito, y la guillotina no preocupaba al Cuau gracias a su constitución física: no tiene cuello.

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