martes, 20 de mayo de 2008

¿Qué chichis busca una buena lesbiana?


Tomado del Manual de la Buena Lesbiana, publicado por la revista Emeequis.
Por Ana Francis Mor

Después de que una señorita, la primera en mi vida, me rompió el corazón, estaba segura de que mi asunto con las mujeres había sido pasajero y que sólo había estado enamorada de ella y ya, pero que en realidad yo no era lesbiana. Como a los 15 minutos me dije: “Okey, no te hagas pendeja”.

Afortunadamente para todas las lesbianas siempre hay una lesbiana más lesbiana que tú que te indica el camino amarillo. Presta, presurosa y con mis zapatitos rojos, me dirigí a buscar la magia de lesbOZ. Caí en una casa de Coyoacán en donde había una fiesta “sólo para chicas”. La verdad es que la mitad de las chicas eran un poquito más bigotonas que mi papá, y de la otra mitad como que no se armaba, hasta que de pronto, de entre la zapatoniza, salió una morenaza muy sabrosa, con carita de yo no rompo un plato. Como a la media hora ya nos estábamos dando unos besotes de esos de amígdala y como a las tres horas que me lleva a lo oscurito y ¡zaz! cuando menos me doy cuenta ya me había desabrochado el brasier y ya me andaba agarrando las chichis. Yo la verdad es que tenía muchas ganas como de echármele encima, pero no sabía bien el protocolo, si antes había que tomarse un café o qué hongo. Como empecé a sentir muy pero mucho muy rico —así como entre suavecito y atáscate ora que hay lodo— pues procedí a hacer lo mismo. Que le meto la mano por la espalda y, en un movimiento maestro, que le desabrocho el bra y que paso mis manitas pa adelante.

Zoom in: Mi corazón late fuerte fuerte y de pronto se detiene.
Zoom out: El mundo, la joya azul vista desde el espacio exterior, sigue girando con todo y sus ruidos.
Close up a mi cara: Pasmada, en silencio; la respiración de ella, entrecortada. La cámara va de una de mis manos, pasando por la imagen de ambas, su espalda, hasta mi otra mano (o sea, da vuelta como en la película Matrix).
Medium shoot: El punchis punchis de la fiesta vuelve a sonar de fondo con nuestras respiraciones en primer plano.

Qué bien se siente esto, pensé. Mis manos nunca habían sentido tan claramente para qué estaban hechas. Alerta: ¡ya valí madres!

Podría decir que mi identidad lésbica la fui construyendo a partir de la deconstrucción del rol de género que me fue impuesto no sólo culturalmente, sino en todos y cada uno de los escritos ideológicos de mi cuerpo social y físico pero, la neta la neta, la certeza brutal me llegó agarrando chichi.

La ventaja de los senos es que tienen muchas posibilidades: asegún agarres, beses, chupes, masajies, sobes o apachurres se ponen distintos. Pero hay algo que no tienen: lógica. Sí, amigas, los senos escapan a toda regulación. Por ejemplo: ¿qué influye para que lo que hoy te dé cosquillas, mañana te excite y pasado mañana te vuelva a dar cosquillas? ¿Cuál es la mecánica del agrandamiento y achicamiento? ¿El tamaño de cuando te baja es el mismo que cuando ovulas o que cuando micha y micha? ¿Por qué a veces parece que vas a surtir de agua a toda Iztapalapa y otras te sobra buen cacho de la copa? ¿De qué depende? ¿Por qué hay senos que te gustan por ser grandes y otros que justo te gustan por respingones? La ginecología no tiene todas las respuestas, así que lo mejor es ampliar las investigaciones de campo.

Resultados palpables:

Las chichis de silicón no son ergonómicas, pueden tener más o menos buena vista, pero no responden igual al agarre.

Mi amiga María un día se atrevió a decir que en lo primero que se fijaba era en el alma de las personas. Mi mujer y yo nos reímos mucho mientras le mirábamos el alma a Demi Moore en una película. Recientemente mi amiga María confesó que no era que no se fijara en las chichis, sino que lo suyo lo suyo lo suyo eran las nalgas.

1 comentario:

Chilangoslo dijo...

Yo no soy lesbianan pero también me gustan las chichis. Sospecho que esta afición algo tiene que ver con el complejo de Edipo, aunque definitivamente hay dos episodios de la infancia que también son determinantes: cuando cursaba el cuarto año de primaria mi profesora me llamó para revisar los garabatos con que trataba de describir la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México. Mientras ella me reprochaba haber escrito Iturbio en lugar de Iturbide, yo observaba que en su blusa un par de botones habían escapado del ojal y dejaban al descubierto un fragmento de su brasier blanco y una mínima parte de sus senos. Para mí se trataba del primer encuentro con el sexo: me invadió una deliciosa sensación que no podía ser sana ni digna de contársela al párroco que escuchaba mis aburridos pecados cada domingo en misa de nueve. Luego vino la confirmación de ese gusto en la figura de Lin May. Bailaba como diosa y sus chichis, igual de grandes que su cabeza olmeca, eran elementos ineludibles de hipnotismo.

Yo no sé si había silicón en esas chichis ni me interesa, a Lin la sigo recordando con el mismo gusto que a mi maestra de cuarto de primaria.

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