domingo, 19 de octubre de 2008

El encuentro de dos mundos


Hace una semana se cumplió un aniversario más del Descubrimiento de América. En esta ocasión me pasó totalmente de noche. Ni leí que alguien haya ido a tirarle huevos a la estatua de Cristóbal Colón sobre Paseo de la Reforma en la Ciudad de México como ocurre todos los años, ni tampoco oí que en Noruega se llevara a cabo celebración alguna de lo que les ha dado por llamar a algunos el “Día de la Hispanidad”.

Así que para que lo ocurrido durante el descubrimiento y los años posteriores no se queden en el olvido, y sin afan de ir en contra de lo publicado en los libros de historia de educación básica y media, me tomaré la libertad de reproducir un texto del libro “Memoria del fuego: Los Nacimientos” de Eduardo Galeano, publicado por Editorial Siglo XXI. En él, Galeano nos cuenta una historia que tuvo lugar en 1514 a orillas del Río Sinú, en lo que hoy es Colombia:


El requerimiento

Han navegado mucha mar y tiempo y están hartos de calores, selvas y mosquitos. Cumple, sin embargo, las instrucciones del rey: no se puede atacar a los indígenas sin requerir, antes, su sometimiento. San Agustín autoriza la guerra contra quienes abusan de su libertad, porque en su libertad peligrarían no siendo domados; pero bien dice san Isidoro que ninguna guerra es justa sin previa declaración.

Antes de lanzarse sobre el oro, los granos de oro quizás grandes como huevos, el abogado Martín Fernández de Encino lee con puntos y comas el ultimátum que el intérprete, a los tropezones, demorándose en la entrega, va traduciendo.

Enciso habla en nombre del rey don Fernando y de la reina doña Juana, su hija, domadores de las gentes bárbaras. Hace saber a los indios del Sinú que Dios ha venido al mundo y ha dejado en su lugar a san Pedro, que san Pedro tiene por sucesor al Santo Padre y que el Santo Padre, Señor del Universo, ha hecho merced al rey de Castilla de toda la tierra de las Indias y de esta península.

Los soldados se asan en las armaduras. Enciso, letra menuda y sílaba lenta, requiere a los indios que dejen estas tierras, pues no les pertenecen, y que si quieren quedarse a vivir aquí, paguen a Sus Altezas tributo de oro en señal de obediencia. El intérprete hace lo que puede.

Los dos caciques escuchan, sentados, sin parpadear, al raro personaje que les anuncia que en caso de negativa o demora les hará la guerra, los convertirá en esclavos y también a sus mujeres y a sus hijos y como tales los venderá y dispondrá de ellos, y que las muertes y los daños de esta justa guerra no serán culpa de los españoles.

Contestan los caciques, sin mirar a Enciso, que muy generoso con lo ajeno había sido el Santo Padre, que borracho debía estar cuando dispuso de lo que no era suyo y que el rey de Castillla es un atrevido, porque viene a amenazar a quien no conoce.

Entonces, corre la sangre.

En lo sucesivo, el largo discurso se leerá en plena noche, sin intérprete y a media legua de las aldeas que serán asaltadas por sorpresa. Los indígenas, dormidos, no escucharán las palabras que los declaran culpables de los crímenes cometidos contra ellos.

1 comentario:

Chilangoslo dijo...

El día de la Hispanidad se celebra en España. En América Latina ha resurgido el sentimiento anticolonialista con la llegada de gobiernos emanados de la izquierda (que no socialistas), y el día de "La raza" no puede coincidir más con la celebración del mal llamado "descubrimiento" (encuentro por casualidad) del continente americano.

Siempre será enriquecedor leer a Eduardo Galeano. También está su obra "Las venas abiertas de América Latina", donde hace un recuento del saqueo y abuso sufridos por Latinoamérica desde la conquista hasta la década de los 70(el libro fue publicado en 1971). Su lectura provoca un verdadero desgarre intravenoso por el coraje y la impotencia ante las canalladas cometidas por los invasores de nuestro continente. Este libro inspiró a un pintor tijuanense a elaborar un mural que a su vez motivó la creación de una canción titulada "La esquina del mundo", a cargo del grupo de rock Tijuana No.

Como dicen Los Fabulosos Cadillacs: "No hay nada que festejar". Pero eso sí, "Por mi Raza hablará el Espíritu".

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